Notre Dame: Entre el cielo, el mar y la tierra

Por Diego Almada. 


Me contaron que un sacerdote y escritor habría expresado que los Templos eran como faros que nos recuerdan el sentido de lo supremo y nos ofrendan firmeza en el lodazal de lo mundano. Hace tiempo que me cuesta creer en ciertos dogmas y he llegado a aborrecer lo doctrinario. 
Cuentan las noticias que, tras el devastador incendio, en 72 horas ya se habían ofrecido más de 800 millones de Euros para la restauración de ese patrimonio religioso, histórico, cultural y arquitectónico, encendiendo un debate moral más desgarrador que el fuego que lo causó. 
Notre Dame es tal vez uno de los faros más trascendentales para una gran parte de la humanidad que cultiva el credo en el Amor como camino; amor que, según la fe cristiana, se debe profesar a los pares como a uno mismo. Ojalá sirva para recordarnos que hay miles de millones de personas que necesitan solo algunos euros para poder acceder al agua potable, que la concentración desmedida de riquezas es a costa de que estos vivan en la miseria, que hay millones de refugiados en el mundo sin hogar, que más de la mitad de los niños del mundo viven en situación de pobreza, que mueren por la guerra, desnutrición, enfermedades infecciosas, violencia urbana, etc. 
Hace unos pocos años, la muerte del niño sirio en costas del Mediterráneo también fue noticia efímera, su padre había pagado 800 euros a traficantes para huir con su familia de la guerra he intentar ingresar clandestinamente a un continente “vallado”. K. Hosseini (*) en Súplica a la Mar lo retrata con claridad meridiana. “Rezar para que Dios se haga con el timón cuando perdamos de vista la costa y nos convirtamos en tan poquita cosa…”. 
Ojalá no perdamos de vista que son necesario los faros, pero es más importante para que están.



(*)Khaled Hosseini: Escritor y médico afgano. 

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